Doon Quijote encuentra en Maritornes una dama de rara virtud, de alto linaje.
La verdad es que Maritornes se las trae: Moza asturiana que sirve comidas en la venta de Juan Palomeque. Gallarda de cuerpo y algo ordinaria.
Se la describe como “ancha de cara, llana de cogote, de nariz roma, del un ojo tuerta y del otro no muy sana”. Verdad es que la gallardía del cuerpo suplía las demás faltas: no tenía siete palmos de los pies a la cabeza, y las espaldas, que algún tanto le cargaban, la hacían mirar al suelo más de lo que ella quisiera “.
Don Quijote la llama "La madama".
Es la mirada de este buen hombre, una mirada limpia como su alma, la que ve pureza en lo más cenagoso.
La escena es encantadora.
En cambio, un vicioso , ante la pureza de una joven sólo piensa en la posible aventura de un placer, como el Stavroguin de Los endemoniados de Dostoyevski.
Las fronteras entre lo sagrado y lo sórdido están en nuestra alma más que en las cosas.
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