sábado, 27 de agosto de 2016

SALMÓN DE ANA

Pedí unas  hamburguesas de salmón poco hechas y me acordé de Ana . Ella  me enseñó a  cocinar  ese plato. Lo preparaba  de maravilla. 

Desde entonces para mi no se nombra "salmón" se dice "Anaquégüeno".

Esa mujer  me abandonó  porque el celofán no es
reciclable, y  esa  es   la materia de mis sueños. Me dejó pero ese sabor del salmón es todavía  una buena razón para    estar  unido a ella. Cada porción de ese pez me hace  revivir muchas historias  de amor   que vivimos  juntos las noches de verano en la  terraza  de su casa  mientras bebíamos   bajo las constelaciones un buen  vino ella,  una cerveza yo.

Allí  le  juré  que le regalaría una casa de color siena entre cipreses y viñedos en  Lisboa . Le escribí  unas cartas  que en la  oscuridad  no hacía falta  encender  la luz  para leerlas , pues tenía luz propia su caligrafía enamorada . Le prometí viajes, rutas fotográficas, aventuras  más allá  de nuestros sueños.

Y a pesar de eso ella un día se esfumó sin dejar rastro. Hizo , ¡fú!, como los gatos, y adiós  muy buenas. 

De modo que me estoy gastando una morterada en salmón , puesto que  ese manjar me  recuerda  las horas que disfruté con ella. Pocas o muchas, pero nuestras.

Cuando lo pruebo me invade su nostalgia. Comienzo  a masticar con los ojos cerrados y enseguida aparece Ana  delante de mi : la imagino sentada  y sonriendo.

Durante algún tiempo pude controlar el sabor del salmón . Este adoptaba todas las formas de nuestra pasión. En el interior de  ese  plato se hallaban también las palabras  que  pronunciamos y hasta podría recordar cada matiz de su voz , el guiño de su mirada en esa  cocina. 

Sé, porque me ha pasado otras veces ,  que un día la olvidaré. Tomaré un salmón a  la plancha  y nada. Ni un recuerdo. 

Una tarde  nos cruzaremos  y ella no  me reconocerá  Pero  seré  un hombre feliz. El salmón me  llevara a viajar solo hasta   aquella casa en Lisboa donde nadie me esperará  nunca.

Uno poco a  poco  va conociéndose y sabe lo fácil que es resultar herido, sobre todo si uno se emplea a fondo. Soy un desastre: me gusta comer de verdad, beber de verdad, besar de verdad, hablar de verdad, enamorarme de verdad y cuando pones tanto en todas esas cosas lo más normal es que salgas lleno de cicatrices. 

En fin, que uno es  así y no hay que darle  más vueltas.



El que  lo probó  lo sabe.
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