sábado, 2 de julio de 2016

LOS DÍAS DEL COLUMPIO

Recuerdo  con una nitidez  maravillosa  los días   de  los columpios. 

Hace  mucho que  no me columpio , en sentido  menos metafórico del término, Mi padre  , en  Bielsa, construyó uno a la sombra de un tilo . Allí  me balanceaba  con fuerza, ayudado de las piernas hasta  tocar casi el cielo y, de regreso en la parábola fantástica, volvía a impulsarme  sintiendo el aire, la brisa en el rostro, y una sensación de libertad  salvaje. 

Pese a su equilibrio inestable el balanceo del columpio busca siempre el centro de gravedad. A veces  la fuerza  del impulso era   tan grande  que literalmente te elevabas  por encima del sillín del columpio. Jugabas  en el vuelo a  dar más fuerza  a la parábola  ayudado de los brazos.  Columpiarse es un ejercicio que le mantiene a uno siempre joven, porque permite equivocarse y meter la pata, ser libre y escéptico, volar y sentir la caricia  del  cielo.

Me gustaba, lo que más disfrutaba, la verdad, saltar cuando estabas en lo más alto de la parábola cordal  y  dejarme  caer planeando al  suelo.

A veces el morrazo era  de campeonato. 

Tengo  que regresar a  los días del  columpio.



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