miércoles, 2 de noviembre de 2016

UN PASEO POR EL RAVAL

Paseo por el Raval.Hace veinte años era feudo de marginales, prostitución , drogas y gente del  lúmpen. 

Hoy es un barrio pakistaní, con alguna mezcla de negros, y  algún deshecho humano que pulula por sus calles. Ha sido colonizada de forma sigilosa. Sin meterse con nadie  ocuparon  locales vacíos para abrir los más variados comercios,especialmente los de telefonía móvil . La calle san Pau está   llena de tiendas de venta y arreglos de móviles. Aunque uno  tiene la impresión de que todos trabajan para  el mismo jefe.

Dicen que el Raval es la capital de Pakistán en España.  Los pakistaníes 
son  un grupo heterogéneo, trabajador, pacífico, muy cerrado y religioso .

Es martes. El Raval aún se despereza. La mayor parte de las tiendas han levantado la persiana, la gente pasea por las calles . Por la estrecha calle  pasa  un BMW de segunda mano. No necesita tocar el claxon para que los  peatones le dejen paso. Dentro va toda una familia. 

Se ven muchos hombres  por las calles, de tertulia en las  peluquerías, o en las tiendas , en locutorios, restaurantes de curry y horno tandoori o supermercados con arroz basmati. Hay muy pocas mujeres deambulando.

Ellas  están tras los visillos. Sueñan que algún día pisarán la playa. O que sus hijas catalanas serán doctoras... y se casarán con un paquistaní. 

Le pregunto a un municipal y me dice que nada es lo que parece. "Es un gueto. No se integran, ni se integrarán. Van a casarse a  Pakistán de crías y regresan con un barbudo que le lleva veinte años".

La ropa desaliñada, pelo graso, negrísimo, brillante, ojos de una viveza magnífica. Esa mirada puede ser amable o terrorífica. La mirada es ladina. En muchos de ellos  se ve un reflejo de tristeza, una melancolía que añora su país.

De  vez en cuando aparecen varios negros vestidos a la africana, o con pinta de hermano idiota de Bob Marley , con viseras  imposibles. Delgados, estilizados, petrimetres , vestidos  con una petulancia  indescriptible.Se mueven con andares negroides, muy nerviosos , sonrientes, con dentaduras como teclas de un piano. Alguno lleva sombrero ladeado, o corbatas prodigiosamente horteras. Un cante. Ríen mucho.

En el Raval uno tiene  la impresión de estar en un ambiente  mórbido y pesado. Una tristeza producida por la añoranza del   buen musulmán  que no se acaba de encontrar a gusto  en esta Europa pecadora.

A veces  parece  que estás  con gente muy desconfiada.  Con frecuencia ,  al entrar en un comercio y preguntar si comprenden el castellano te contestan con un  "sí" . Poco después te das cuenta que no saben continuar una conversación y  aparece el listo de la casa. 

Si no sale el listo, date por jodido. Sonríe , pero no te entiende.

Hablamos de los chinos, pero estos tíos abren las 24 horas - "cierran si nos ven venir"- me dice el municipal. 

Trabajan a destajo. No sólo en sus tiendas de alimentación, en sus peluquerías, en sus comercios de telas y confección de vestidos, en sus incontables locutorios, en sus establecimientos de venta de teléfonos móviles, en sus restaurantes y en sus tiendas de viajes en los que los vuelos a Islamabad, Lahore y Karachi compiten con los circuitos de vacaciones en Túnez, Sicilia y Tenerife. También son empleados por cuenta ajena. 

Quieren trabajar por encima de todo. Para juntarse con sus familias, para comprar un piso, para labrarse un futuro. En sus planes, sin embargo, no entra la integración.

Creo que un día esto saltará por los aires. Son gente dispuesta a todo. Nosotros no.

















































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