A uno le pasa que cuando más seria se pone la cosa se imagina la escena desde afuera, como si estuviera en el cine, y explota a reír.
Me sucede viendo gente multimillonaria rezando. ¿Qué pedirá ese pobre hombre que lo tiene todo?
- Le digo a Jesús que si firmo tal negocio , entregaré a Cáritas la mitad de los beneficios- me dice-...después de impuestos- añade codicioso.
Me río . Uno piensa en Jesús dentro del pecho de este beato y lo imagina (perdón por la balsfemia) descojonándose de risa.
A mi me sucedió que lloré la muerte de la madre de Bambi. Aquello fue en el cine Rex. A moco tendido. Pero luego me expulsan del colegio y tuve que entrenar unas lágrimas de dolor antes de entrar en casa. Intuía que a mis padres ese dolor les conmovería.
Con el sexo a menudo me pasa algo parecido: estamos haciendo el amor estupendamente, y me imagino fuera de mi, y me entra una carcajada que rompe el hechizo.
Me hago viejo. Una canción sencilla y ramplona como Amapola me hace echar jipidos.
Lo llamativo, en el caso del dolor, es la sospecha que despierta no exteriorizarlo. Me sucedió con Manuela . Aguanté el tirón de las primeras horas . Un medio familiar ante mi ausencia de lágrimas y la entereza que mostraba puso a andar la rumorología de barra. Un comentario más miserable que malintencionado: “Muy bien se le ve a ese”.
En realidad esa entereza, ese no llorar cuando el mundo se derrumba, puede esconder la peor tristeza de todas. Una noche , de un modo imprevisible , rompí a llorar desconsolado .
Es triste que sea tan difícil mostrar tus sentimientos cuando quieres hacerlo.
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