¡Qué sorpresa entonces al reconocernos!
Las cosas pequeñas, las cosas perdidas que no tienen valor para nadie salvo para Dios –una hierba loca que se abre paso en la acera de la ciudad infinita, una mota de polvo, la tristeza de los pobres que se oculta en ropajes de aluvión. Me gusta rumiar la primera ensimismación de la mañana que me sorprende en el reflejo de un charco, o de unas nubes que se asoman a los cristales de un edificio, o en unos caramelos envueltos en celofán verde.
Me gusta hacer el esfuerzo de pensar en lo que está ante ti, no olvidar ni un segundo que esa persona anónima que está sentada dormitando delante de ti en los ferrocarriles viene de otro sitio, que sus gustos, sus pensamientos o sus gestos han sido formados por una larga historia, poblada por muchas cosas y por otras personas que tú nunca conocerás.
Tal vez esa persona también está perdida, como tú y yo a veces, pero esa sintonía te conduce al gozo mayor que exista: amar al que está delante de ti, amarlo por ser como es, un enigma -y no por ser lo que crees, lo que temes, lo que confías, lo que esperas, lo que buscas, lo que quieres.
¡Dios, cómo me gusta la vida!
Esto de amar al otro como es... Es dificilísimo. Pero llevas razón.
ResponderEliminar¡Gracias!