Si un día, ves un un grupo de jóvenes gritando como monos , borrachos de botellón , y apareándose como orangutanes y dices " ¡joder, dónde vamos a parar!" , o " ¡que mal, coño!", Si ante cualquier hecho insólito , te descubres a tí mismo diciendo "¡pero qué está pasando!" , entonces, amigo, te estás muriendo. Te puedes conmover, reír o llorar, pero nunca hasta el extremo de obligarte a decir " ¡a dónde vamos a parar!".
Esta expresión la soltaba tu padre cuando hacías el gilpollas , tu abuela , gente muy mayor , o los viejos prematuros , en fin todos aquellos que han
sido sobrepasados por la vida moderna.
Frente al suicidio masivo de unos fieles en su Iglesia, la repulsivas imágenes del terror islámico,las declaraciones totalmente burras del político de turno , el espectáculo infame de la redes de pederastia , las almas todavía jóvenes quedan pasmadas o perplejas , acorazadas por el cinismo o sumidas en la compasión, pero a la hora de manifestar su sentimiento no dicen nunca qué barbaridad, sino a lo sumo " ¡joder, qué fuerte!".
El ser humano nace, crece, copula, come , hace unas gansadas, se pede, suelta algunas sandeces y finalmente la espicha .
Tu existencia describe una parábola en apariencia uniforme. Pero no. La curva inicia la caída en el momento en que comienzas a decir "¡Dios mío, dónde vamos a parar!". Lentamente la repetición de esta expresión va cogiendo una rapidez proporcional a la velocidad de la bajada hacia la tumba.
Primero se usa sólo para chicos gamberros, niños gritones ante padres que siguen impasibles la conversación mientras el niño berrea. Y tú dices
" eso lo hacía yo en mi casa y me caía la del pulpo". Otro día alguien te dice que en televisión ha salido una anciana militante de Podemos en pelotas en un mitin " ¡Dios mío!".
Luego te enteras que el Obispo de Calahorra juega a Parchis en calzoncillos con Jorge Javier Vázquez . " ¿ Pero que está pasando?".
Cuando te sorprendas a tí mismo diciendo "¿pero qué está pasando" más de tres veces al día, tiemble.
Prácticamente estás muerto.
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