El vestíbulo de un hospital general parece una estación de ferrocarril repleta de pasajeros a punto de tomar un tren. Alguno de esos trenes son de cercanías, como el de esos niños que mueren prematuramente . Los ascensores no cesan de engullir un gentío que vienen a despedir o a acompañar al moribundo, al enfermo en su agonía, al que acaban de diagnosticar que le quedan tres paradas para llegar a su destino final.
En la estación se agolpan familiares, novias, amigos, sin destino ni origen conocidos. Entran en las habitaciones con cara de perplejidad porque desconocen la máscara que encontrarán dentro.
En las habitaciones vecinas se escuchan risotadas , señal de que el viaje continúa. En otras hay silencios densos , compungidos. Por las ventanas se escucha la vida que pasa, aún no contaminada por el morboso perfume del formol.
Sin embargo, hay muertos en vida. Como Miss Havisham , ese personaje de la novela de Dickens , Grandes Esperanzas, abandonada el día de su boda, intentó detener el tiempo en aquel instante, dejando la casa tal y como estaba. La mesa del banquete presidida por un pastel de bodas pudriéndose lentamente con los años y vistiendo el traje de novia durante el resto de sus días.
Emily Dickinson habla, en uno de sus poemas, de la vida como un vestido prestado y precioso que tendremos que devolver. Ese vestido es el alma. Mi alma: ¡qué horror! Miss Havisham la detiene en el tiempo...¿y yo?.
King Vidor hizo en los años treinta una película que se titula Noche nupcial. En ella, un escritor en plena crisis creativa regresa al pueblo del que procede su familia para aislarse del agitado mundo social que le está consumiendo. Conoce allí a una muchacha campesina. Se ven cada día, pues es ella quien le lleva la leche. El escritor empieza a escribir sobre la muchacha y el mundo que la rodea, un mundo brutal en que la mujer apenas es otra cosa que una bestia de carga, y no tardan en enamorarse. Hasta que estalla la tragedia y la chica muere.
Entonces el escritor recuerda las tardes que los dos pasaron juntos y comprende que nada podrá separarlos, pues basta que alguien abra el libro que escribió a su lado para que ellos vuelvan a encontrarse en los pensamientos de quien lo lea. El amor que hemos vivido en el pasado continúa vivo hasta el fin de los tiempos.
Esa película me dejó muy tocado. En este mundo, muchos hombres hemos tenido la suerte –y la desgracia- de conocer a una mujer hermosa y fascinante… a la que luego perdimos como se pierde un sueño: en forma repentina y para siempre. Su imagen nos persigue indefectiblemente; la vemos en la lluvia y en el sol; la confundimos con otras chicas que vemos de espaldas o a lo lejos. Entonces el corazón se acelera hasta que comprobamos luego que fue solo una ilusión. Confundimos su nombre al hablar con otra . Y así, hagamos lo que hagamos, la mantenemos latente por muchos años, deseando en cada salida a la calle, poder reencontrarla. Pero todo es en vano… ¡ya no volvemos a verla nunca más!
Respecto a lo del otro día, hoy estaba releyendo el libro "Mero cristianismo" de Chesterton y escribe: "para muchos de nosotros el gran obstáculo a la caridad no está en una vida lujosa o en el deseo de tener más dinero, sino que reside en el miedo causado por la inseguridad".
ResponderEliminarRespecto a la entrada de ayer, el libro "Las cosas que llevaban los hombres que lucharon", de Tim O'Brien.
Es de CS Lewis No de Chesterton
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