sábado, 25 de febrero de 2017

ENTRE GIGANTES

Hay un antiguo mito chino  que  habla  sobre el Hilo Rojo del Destino. 

Los dioses ataron un hilo rojo alrededor de nuestros tobillos. Unieron a todas las personas cuyas vidas estamos destinados a tocar. Este hilo puede estirarse o enredarse. Pero jamás se romperá.

Esta misma idea se ha dicho de muchas maneras, pero siempre  con el mismo argumento: estamos comunicados. El bien es difusivo. Y el mal también. No sabemos de qué modo actúa esta gracia entre nosotros. Hoy, ahora, alguien llora  y a miles de kilómetros  podemos estar a su lado y sanar ese dolor. Y viceversa. 

Es un misterio maravilloso  que  desde hace miles de años intuimos todas las personas, en cientos de culturas y religiones. Vivimos  junto a 7.080.360.000 personas. Algunos  creemos que Dios se hizo hombre y vino aquí. Ese Dios vino a redimirnos. Tenía una querencia especial por los desdentados, los infelices, los enfermos, los desahuciados. Conviene mucho acercarnos a esa gente. 

Viviremos  los años que  nos toquen. Da lo mismo el tiempo  que  andemos  aquí abajo. La mayor parte de nosotros    dice diariamente 2.250 palabras. Entre todos  enviamos 300 billones  de correos electrónicos , y aproximadamente 19 billones de mensajes de texto. Muchos    no saben leer ni escribir. La vida  es durísima  para mucha gente. Y, sin embargo, hay  un común denominador que nos une a todos.             

Este común  denominador  se esconde a simple vista. Pero si buscas , las  piezas encajan. El común denominador, esa gracia  que nos une, se llama amor. Suena cursi, pero es así.

Hoy enviaremos más de 300 billones de correos electrónicos...19 billones de mensajes de texto... y aun así nos sentimos solos. Esas palabras se usarán para herir o para curar.

Los seres humanos no somos  la especie más fuerte en el planeta. No es  la inteligencia lo que nos distingue. La ventaja que tenemos es nuestra habilidad para cooperar. Nos queremos. Nos   ayudamos los unos a los otros. Eso  nos lo enseñó uno cuando habló a gritos de las Bienaventuranzas: los pobres, los mansos, los que lloran, los tristes, los tontos.  Allí está la clave de todo. Olvidarse de eso es perderlo  todo, ir al desvarío. Nos reconocemos a nosotros mismos en cada uno, y estamos programados para la compasión, el heroísmo, el amor. Y esas cosas nos hacen más fuertes, más rápidos… y más inteligentes. Es por eso que hemos sobrevivido.

No creo que  nadie  me  entienda, y no es el propósito de  esta entrada. 

Están abandonados por sus  familias, aparentemente solos. Muchos de ellos han sobrevivido a un genocidio. Y, sin embargo,  cuando estoy con ellos, estoy con los grandes  del mundo.











No hay comentarios:

Publicar un comentario