Un día decides que estás harto.
Vino la Providencia a asistirme en forma de destino profesional. Y recalé en sant Cugat.
Desde allí iré a pasear a una playa solitaria en noviembre, o al Congost de Mont Rebei . O pasear un hayedo en otoño. Visitar , anónimo e indiferente, un museo. Leer una buena novela con un fondo de baladas instrumentales. Beber zumo de remolacha.
Siempre alcanzar un punto interior donde no haya radio, periódicos ni televisión,. Llegar allí con una maleta sucinta, para hacer una terapia de silencio. He llegado al momento de querer vivir solo. Hay que irse al desierto.
Busco esa paz que una mañana encontré a la sombra de una vaca en una pradera cerca del río Barrosa. Instalado en ese lugar, tomé el sol, di largos paseos, dormí profundamente, me despertaban los pájaros, oí la música de los abetos. Fue en el mismo viaje que de novios. Pasaba el tiempo contando las palpitaciones de un lagarto tomando el sol en un canto rodado.
Extasiado, acompañaba con la mirada la trayectoria de una mosca en la habitación.
Nada más, y nada menos. Y mientras tanto el mundo sigue su órbita lleno de furia , uno a su bola. Vivir así hasta que se te ponga ese rostro que tienen los aldeanos , como de cara de pan candeal o de idiota feliz.
Fuera el lío. Perdona al Tomás de turno, èse que uno pensaba que la muerte de su madre le daría la paz que no tiene. Me equivoqué.
Y uno oliendo flores silvestres, escuchar cantando los mirlos, las rosas se abren, los lagartos palpitan, el espliego te acaricia el fondo de la nariz y hay silencio en tu madriguera.
Y uno oliendo flores silvestres, escuchar cantando los mirlos, las rosas se abren, los lagartos palpitan, el espliego te acaricia el fondo de la nariz y hay silencio en tu madriguera.
En eso estoy.
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