miércoles, 19 de abril de 2017

EL GATO ATADO A LA PUERTA DE LA IGLESIA.

Lo  leí  y me  gustó:

En  un poblado indio  hacían el culto todas las tardes. 

Había un gato que molestaba con sus andanzas y correrías, hurgando entre  la bancada de madera, famélico, torvo, arqueándose al acariciar las  piernas  de la feligresía. Un gato de interior, de los que disfruta de las tiendas de campaña de fondo tibio, y muelle.

Un gato pirata, desgarrado y achulado: , cabriolero y divertido.

Juguetón ,se entretenía  con la sombra fugitiva de las  cosas. Cualquier ruido  o movimiento que sucediera a su alrededor le  hacía abrir los ojos desmesuradamente y parar en seco     . 

Como comprenderéis , el gato al brujo de la tribu no  le hacía ninguna gracia. ¿Sabéis  por qué?: el gato aunque sepa que el hombre  es el rey de la creación se queda tan pancho: no es  ni un parásito, ni un comensal, ni un asociado al hombre.

Y mandó que  lo atasen fuera de la puerta del templo, que era una inmensa tienda de campaña.

Pasó el tiempo. El gato se murió y entonces la siguiente generación de creyentes compró un gato y lo ató a las puertas del templo, y las siguientes generaciones escribieron doctos tratados sobre la importancia de tener un gato ataviado a las puertas del templo. 

Si  lo pensamos un poco  , exactamente esto es lo que pasa  con nuestra fe.: que tenemos muchos gatos atados  a  la puerta de nuestro corazón, donde están nuestras creencias  más profundas heredadas de  un brujo cascarrabias, o de unos padres que  no pasaron de la obediencia "perinde ac cadaver",o  de ti, que nos has ido más allá de las verdades de una catequesis muy básica.

Demasiados  gatos atados en la  puerta de nuestra  conciencia.

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