Sant Cugat. Una mujer espera en el coche al lado del mío a que el semáforo se ponga verde.
Coqueta , se mesa la melena y se repasa los labios con un lápiz.Me pregunto quién será, cómo se llamará, de dónde vendrá. Me mira. Tiene una mirada desafiante, algo vulgar. Parece que tiene prisa. Se mueve por instinto.
No sé nada de ella. Le llevo veinte años, por lo menos. Por la calle, entre los dos, pasan dos ancianos cogidos de la mano, con una lentitud desmayada y romántica. Hace viento y una bolsa se pasea entre las zapatillas felpudas de él .
El semáforo de peatones pita avisando que faltan unos segundos para arrancar los coches.
Nos miramos la chica y yo. Le arqueo las cejas como advirtiéndola de que habrá que esperar a que los ancianos alcancen la cera. La chica sonríe. Parece que ya no es invierno. ¿Qué será?: ¿secretaria?, ¿enfermera?, ¿ama de casa?, ¿camarera o profesora?
En el bolso llevará kleenex , un cepillo para el peinarse, un portátil
¿Cuántos cadáveres de amores esquinados tendrá en su armario ? Hay un rumor de motores mientras la pareja esprinta arrastrando los pies hacia la meta.
Vuelven a cruzarse nuestras miradas. Le saludo con los deditos tamborileros al aire. Ella se ríe. Pita un coche detrás. Es un tío con cara de estreñido que me hace señal de que ya me vale.
No sé qué pensará ella de mi. ¡Si supiera!: soy un pobre hombre con ganas de zamparme una sonrisa al vuelo.
Se oyen violentos chirridos de caucho, la tarde ya ha prendido las cornisas. Ella sale zingando . Suspiro.Si esa mujer y yo nos hubiéramos conocido en cierta ocasión tal vez nos habríamos amado hasta más allá , hubiésemos llorado nuestra separación, y también hubiesen dejado sus ruedas las roderas de caucho en el asfalto de mi corazón.
Llevaba un sueter azul. No sé nada de ella. Pudiste haber sido la mujer de mi vida.
Adios, chica. Los dos ancianos han parado después de cruzar el paso de peatones. En la ciudad se oye una sirena de ambulancia.
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