Sabían los cerezos el secreto de sus oídos llenos del verde puro de la acústica de las ventanas y los jardines se llamaban por el nombre de las palomas que bebían agua en sus surtidores.
Ella comenzaba a andar con la gracia de las niñas con sandalias planas , y ese donaire infantil, fresco, de aldeana que baila y ríe sencilla.
En cada pupila le había nacido una arrullo de palomillas, y al rezar dejaba vocales que inventaban en silencio una pequeña canción de amor en su sitio.
Ella tenía todos los nombres alrededor, como musarañas que vuelven a casa a encontrar el sentido de su existencia.
¡María!: la chimenea de encina de esa habitación te perfuma , y en las paredes se reflejan las chispas de brasas nuevas que te hacen tan hermosa.
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