¿Puede uno llegar a querer a una pelsona cuelpo humano?. ¡¡¡Pues claro que sí, hombre, claro que sí!!!
Entre todas las cosas que cambian, lo que menos cambia es el hombre. Todo ha cambiado a nuestro alrededor: conocemos los secretos del átomo, del genoma, de los embriones, hemos tocado la luna y alcanzado planetas lejanos; nuestros aviones han franqueado la barrera del sonido y matamos más y mejor que nunca; un agricultor produce mil veces más de trigo que cualquiera de sus antepasados juntos; hemos conseguido hacer el amor o follar con seguridad y sin miedos, dominamos las técnicas de reproducción hasta el punto de no ser necesario acoplarse para dar vida; nuestros coches de hoy mañana son una antigualla, conocemos la cara de nuestros reyes y líderes que en otros tiempos se trataba como a dioses, sus arrugas, sus amantes, sus vicios y sus miedos. Incluso jugamos a cosas como el Trivial Pursuit –por cierto, ¿qué coño significa “Pursuit”, más aún, ¿ qué coño es “Trivial”?… ¡todo cambia!...
Pero, ¿y nuestro conocimiento de nosotros mismos? Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios han cambiado un ápice. ¿Estamos menos dominados por nuestras pasiones, afectos, pulsiones, angustias o miedos que cualquiera otro de cualquier otro tiempo o cultura?. ¿Estamos más próximos a Dios que cualquiera de los santos de los siglos anteriores?. Nuestros filósofos, ¿son más geniales que Aristóteles, los poetas más que Homero o los escultores más que Fidias?. Leer la cosmología de Dante nos hace gracia –el cielo representado como un escalonamiento de bóvedas-, pero cuando el propio Dante describe los arrebatos y los tormentos del amor, los enamorados de hoy se reconocen en sus versos y tiemblan… como estremece Shakespeare, Cervantes, Sthendal y tantos otros. Como conmueven los sonetos de amor de Quevedo o la poseía de Garcilaso…
Hablando de sonetos, el otro día una conocida periodista entrevistaba a un poeta y le pidió que leyera algún soneto y el hombre se dispuso a ello con emoción contenida. Y la chica va y le dice “bueno, don Antonio, muchas gracias por estos versos y ahora, por favor, el último soneto, pero que sea cortito que andamos mal de tiempo”. Acojonante: un soneto “cortito”.
Pero, ¿y nuestro conocimiento de nosotros mismos? Ni nuestras virtudes ni nuestros vicios han cambiado un ápice. ¿Estamos menos dominados por nuestras pasiones, afectos, pulsiones, angustias o miedos que cualquiera otro de cualquier otro tiempo o cultura?. ¿Estamos más próximos a Dios que cualquiera de los santos de los siglos anteriores?. Nuestros filósofos, ¿son más geniales que Aristóteles, los poetas más que Homero o los escultores más que Fidias?. Leer la cosmología de Dante nos hace gracia –el cielo representado como un escalonamiento de bóvedas-, pero cuando el propio Dante describe los arrebatos y los tormentos del amor, los enamorados de hoy se reconocen en sus versos y tiemblan… como estremece Shakespeare, Cervantes, Sthendal y tantos otros. Como conmueven los sonetos de amor de Quevedo o la poseía de Garcilaso…
Hablando de sonetos, el otro día una conocida periodista entrevistaba a un poeta y le pidió que leyera algún soneto y el hombre se dispuso a ello con emoción contenida. Y la chica va y le dice “bueno, don Antonio, muchas gracias por estos versos y ahora, por favor, el último soneto, pero que sea cortito que andamos mal de tiempo”. Acojonante: un soneto “cortito”.
Sí, somos más poderosos, pero eso no nos ha hecho mejores: más sensibles a la belleza, más dueños de nosotros mismos, más atentos a los demás. Nunca los sabios, los santos y los artistas de la era espacial podrán borrar a Sócrates, o a Francisco de Asís o a Miguel Ángel… es más , al paso que vamos, y por el camino que vamos, ¿podremos llegar a la santidad, a la sabiduría o a la belleza?.
Miles de millones personas han cantado canciones de amor de miles de millones de maneras con miles de millones de historias tan parecidas a las que a todos nos han sucedido. Itaca, por ejemplo, relata de un modo encantador su pequeña historia de amor, esa deliciosa escena en el aeropuerto “de pronto, él buscó mi mano y yo la suya: fue un momento mágico, como si una suerte de electricidad muy potente se canalizara a través de de nuestras manos. Experimenté una sensación nueva, única, inexpresable y, a la vez, muy grata“. Fantástico recuerdo, que es algo más que un recuerdo, y que a quien más quien menos le ha sucedido de otras maneras, las reconoce y valora. La mediocridad, posiblemente, consiste en estar delante de la grandeza y no darse cuenta: el amor nos hace ver la grandeza de la vida, incluso en las cosas más tontas.
Cada uno tiene su biografía con sus miedos, sus complejos, sus buenos y malos rollos, sus fracasos y sus éxitos… pero nadie puede no amar, o sentirse incapaz de amar a alguien, o a algo. Es, sencillamente, imposible. Está en nuestra naturaleza. Deseo, pasión, intimidad, sentimiento, simpatía, afecto, apego, querencia, folía, ternura, hormona , feromonas o líbido son algo más que palabras, son tuberías que están dentro de cada uno. Y también está el que es más lanzado, o más tímido, más divertido o más aburrido. Hay quien es un romanticón, o el seductor más o menos patético, y el que es un enamoradizo que ve una farola con faldas y ya está diciendo tonterías, y está el triste, el murrias que se corta por nada. Hay quien le importa todo un bledo, y el que es un obsesivo de gomina, zapatos lustrados, encaje perfecto de complementos de colonia, cinturón y jersey a juego con el color de sus ojos. Hay quien le huelen los pies y eso le hace frágil y débil, y el que cree que la tiene pequeñita y tiene miedo a que algún día le canten “¡¡¡Chiquitita dime por quéééééé!!!”.
No pasa nada. Lo que hay que hacer es salir a la calle y andar la vida, conocer gente, sin miedo, sin buscar a nadie, tan felices y tan campantes. Todo llega de un modo fatal: “eros”, el diosecillo niño con los ojos vendados, se encarga del asunto. Esa venda que da a entender que no se sabe por qué el enamoramiento se da entre esas dos personas precisamente. La verdad es que a veces el niño ése en ocasiones es pelín cabrón y se levanta la venda y apunta que te rilas: para eso están las mamás, las amigas de mamá, las amigas de tus amigas, los amigos de tus amigos, la abuela o la intelnés.
Eros hará que alguien se fije en nosotros y nos vea un Adonis, o una Venus, aunque seamos Sancho Panza y Maritornes. Nos verá muy majo, muy tierno, muy seguro, o muy inseguro, pero ella sabrá darnos la mano fuerte. Eros sabrá darnos una mirada que llene de infinito los detalles más pequeños de la persona amada: su voz sonará como violines de Viena, sus gestos estarán llenos de picardía alegre y simpatía, nuestro modo de andar le parecerá interesante, nuestros silencios le darán paz y nuestra arqueo de ceja derecha cuando ella pregunta algo nos dará la imagen de un galán de primera.
La vida es así, es como los cables de los cascos del walkman que siempre se enredan de una forma inexplicable; te das la espalda un momento y, hala, ya están liados. No sé cómo se lo montan. Pues en la vida lo mismo, es cuestión de salir y vivirla, que ya te enredarás.
La lotería, que no sé si es lotería, está en que eso puede ser amor o no, porque puede ser muchas cosas, algunas muy tristes, muy dramáticas y también miserables. La lotería está en que de verdad encontremos el amor, que no tiene nada que ver con lo escrito párrafos más arriba.
Es duro leer de alguien que no sirve para eso de amar. No es verdad, hombre, no es verdad. Es una mentira de las gordas. Es verdad que siempre hubo solteros tímidos que rezan “yo pecador me confieso mudo y tímido” y que envían postales de silencio, y solterones que van de putas, y solteras con ternura, que hablan a solas, tienen sobrinos y no saben a quien escribir “yo te quiero”, y solteronas con perro y cara de mala leche, maridos con amantes y mujeres maltratadas; esposas que sueñan aventuras y que a veces las viven… es verdad que hay gente muy desgraciada, todo eso es cierto, pero no neguemos el milagro; es lo más increíble de los milagros: que existen. El amor es uno de ellos.
Alguien escribió:
NUNCA TERMINARÉ DE AMARTE
Y de lo que me alegro,
es de que esta labor tan empezada,
este trajín humano de quererte,
no lo voy a acabar en esta vida;
nunca terminaré de amarte.
Guardo para el final las dos puntadas,
te – quiero, he de coser cuando me muera,
me iré donde me lleven tan tranquila,
me sentaré a la sombra con tus manos,
y seguiré bordándote lo mismo.
El asombro de Dios seré, su orgullo,
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