martes, 28 de marzo de 2017

¡DADME A OLER MIERDA! (I)

Se cuenta la anécdota de aquél que se quedó encerrado una noche entera en una fábrica de perfumes, precisamente en los laboratorios donde se cultivan y preparan las fórmulas y los concentrados en su esencia. 

Toda la noche atrapado, el pobrín, entre aromas extasiantes y olores de diseño. Y dicen los que le vieron que, al salir la mañana siguiente, iba gritando como un loco al mundo todo “¡¡¡DADME A OLER MIERDAAA, DADME A OLER MIERDAAAAAA…!!!.

Un poco asín puede suceder a más de una/o cuando   le educan  en  positivo flower power. Se han formado durante tantos años en el mundo cerrado de las esencias de frases hechas, de valores maravillosos, de fraternidades de diseño, fórmulas magistrales que hacen de esta vida algo fantásticamente precioso. Y, además, han creído firmemente en ellas, se entregaron en cuerpo y alma; no sólo las vivieron, las comunicaron.

Cara se paga una formación que olvida la debilidad de
la condición humana ignorando lo peor de nosotros mismos. Tarde o temprano esa condición nos muestra a ese otro que anida en nosotros y, fíjate tú, resulta
que no soy tan majete como me prometieron, o me prometí. Resulta que soy, también, un cuelpo pelsona y eso.

Y uno se pone a gritar “¡¡¡DADME A OLER MIEEEEEERRRRDAAAAA!!!”. Y se enfrenta al mundo todo. Normal. Todo volverá a su sitio. Los pecados de
desmesura son los que Jesús perdonaba sin problemas, sin meter paquetes. Son  como un río que se desborda y arrasa con todo, pero con el tiempo las aguas vuelven a su cauce: hay más debilidad que maldad.

Otra cosa es el río que sí está en su cauce, que nunca se desborda, que se muestra  sereno y tranquilo y, sin embargo, ¡ay!, está envenenado. Tiene la mejor de las
apariencias, resulta maravilloso en su paisaje, pero todo el que beba de él morirá. 

Son los pecados del fariseo: la apariencia de virtud, el orgullo del que se siente poseído de una verdad sin amor, el juego de palabras muy bonitas faltas de contenido y de obras, la soberbia disfrazada de ser elegido, la vanidad de asimilarse siempre a los poderes del mundo y a una vida mollar cinco estrellas..

Y no es que Jesús no perdone con facilidad esos modos, es que el que los posee no se entera. Le cuesta mucho advertir que está hecho una gusanera de suficiencia y de engreimiento. Le resulta más fácil pensar y juzgar lo que ve en otros: el desmadre de la carne, una vida desenfrenada, desordenada, errática. Y
las juzga con dureza. Incapaces de entender el corazón, les encanta juzgar las acciones sólo por las apariencias.




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