Hace tiempo que me está viniendo la bajamar del recuerdo de Tamahú, y con ella las imágenes de esa labor.
No sé si eso es bueno o es malo. Aún tengo el corazón inquieto . No soy joven, pero late mi alma el reclamo del canto del pájaro de la aventura , ese que acude a cualquier punto del planeta a remediar o compartir calamidades concretas.
Hace unos días a Joan se le escapaban las lágrimas recordando a sus pobres. Y a mi por la añoranza de esas aldeas.
Sólo el entendimiento de un mundo sin fronteras da sentido a su vida. Por eso quiero escapar. ¿Escapar? . Sí. Vivimos en una cárcel.
¡Olé por los miles de migrantes que se juegan la vida subiendo a la Bestia. Cuando todo está perdido!, ¿qué importa intentarlo?. Nacimos para morir, da lo mismo en qué lecho.
La sensibilidad es indivisible.
En cambio, también son cada día más los jóvenes que se refugian en el lar de la vida burguesa y sólo logran calentarse el alma adorando la montaña sagrada del consumismo y de la seguridad que ofrece el estado.
Se supone que la humanidad entera tiene un único corazón y que éste posee los movimientos de sístole y diástole: uno contrae el espíritu humano hacia los parajes íntimos de su infancia familiar, donde sembraron esas ideas de entrega, y otro. lo dispersa generosamente hacia los lugares más dispares de la Tierra como la sangre va y viene por las venas.
Así me parieron. Mi madre siempre decía, "de no conocer a vuestro padre, ahora sería monja".Oír eso impresiona, pues uno se imaginaba a su madre a guantazo limpio por el convento, zapatilla en mano, y no sé...pero la siembra estaba echada en el corazón del crío que era yo.
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