En una peregrinación dos monjes llegaron al vado de un río. Allí, vestida con sus mejores galas, se encontraron con una muchacha que no sabía qué hacer, porque el río estaba crecido y ella no quería mojarse la ropa. Sin pensárselo dos veces, uno de los monjes se la cargó a la espalda, la llevó al otro lado del río y allí la dejó sobre terreno seco.
Después siguieron su camino, pero, pasada una hora, el otro monje comenzó a amonestarle:
—Indudablemente, no está bien tocar a una mujer; va contra las reglas tener contacto con mujeres. ¿Cómo has podido ir contra las reglas de la vida monástica?
El que había cargado con la muchacha siguió andando en silencio, hasta que finalmente dijo:
—Hace una hora que la dejé en la orilla del río; ¿por qué sigues todavía cargando con ella?
Desconfío de esos moralistas que a menudo usan su estrechez sectaria para justificar lo más inmoral de ellos mismos: su miserable autosuficiencia egoísta y su acritud al juzgar a los demás.
La gente piensa siempre "en relación con": no quiero ser bueno, solo quiero parecer mejor que los demás.
ResponderEliminarEl pecado del otro me hace grande. Cuando dejé de ser del Betis alguno se llevó una alegría porque pensaba que eso le hacía mejor: muchos son los llamados y pocos los elegidos.
Primo Levi y Viktor Frankl coinciden en algo cuando hablan de los campos de concentración: los mejores no volvieron, porque no se plegaron a un esquema de funcionamiento inmoral.
Yo digo: los mejores no perseveraron. Viva yo!