jueves, 23 de marzo de 2017

LAS MUJERES DE LOS RICOS.

Uno ha  vivido  lo  suficiente  para conocer   de carrerilla todo lo que hay que saber acerca de los millonarios.Y de las mujeres de los millonarios...

No todos los millonarios son millonarios. Los hay de cuna, los de segunda, tercera , y hasta cuarta generación. Y los hay nuevos ricos. De estos mejor no preguntar por el primer millón... los demás se les dan por añadidura.

Los de cuna se parecen mucho unos a otros, y unas a otras. Los tenéis descritos en muchas novelas, así que evito profundizar en esas aguas.

De los segundos hay tres tipos.

Está el que ha ascendido en la vida social, económica, incluso culturalmente. Hasta sabe vestir , el tío. Pero la mujer no le acompañó en el ascenso. Y canta la señora como la gallina Caponata. No sabe estar, no sabe hablar, no sabe callar, no sabe  vestir...y, lo que es peor, le importa nada lo que pueda parecer, o dejar de parecer.

El hombre , poco a poco, la va escondiendo...y vive su vida.

También está el que , una vez llegado a la cumbre, cae deslumbrado por una tronca que tiene el lema “ el rico, para la que se lo trabaja”, o también “pájaro que vuela,¡a la cazuela!”.

No citemos nombres.

No me olvido de una tercera posibilidad: la de la mujer que ha sabido ascender con su marido en la nueva vida social, y sabe estar, sabe sonreír, se cuida, elige sus nuevas amistades, incluso sabe dejarse besar la mano sin reírse.

Pues bien, en estas dos últimos tipos de mujeres se repite la misma estrategia: un marido no es para mirarlo, es para tenerlo. Y el tío no se da cuenta. El pobre.

Tener se puede tener a alguien de dos maneras. Tener algo de forma que todo el mundo lo sepa, y tener algo sin que nadie lo sepa. Un marido se tiene de esas dos formas, y de muchas otras.

Se puede tener como un chal de armiño que acaricia cálidamente los hombros, que se lleva unas veces a la derecha, otras a la izquierda, y que se  presiona un poco más o menos  en forma de mohín , de mirada suplicante o sonrisa picaruela.

Se puede tener de tal manera que una está convencida que sólo gracias a ella él está donde está. ¡Si es un adefesio, y un despistado!...¡ay, si no fuera por mi!

Se puede tener controlado, sabiendo dónde está mañana, tarde y noche; qué hace los fines de semana, los sábados, los domingos. Incluso qué sueña y cómo lo sueña.

Se puede saber cuánta gente le conoce y cómo. Si le conoce mucha gente, tiene dinero y buena fama. Entonces, al tener al marido, se tiene el dinero y la fama. Eso, la verdad, cubre más que un chal, y da más calor, pero en órbitas más amplias en un solo eje de rotación : ella.

Se puede tener como una tarjeta de crédito, como una póliza de seguros, como una cubertería de plata o un juego de recursos financieros. Como una agencia de viajes, como un mayordomo, como una lanzadera espacial, como vehículo y acompañante para dar paseos por ambientes salvajes, científicos, desérticos, populares, para describir órbitas más amplias, innumerables, excéntricas.

Cuando se tiene un marido así, se tiene algo de qué presumir, de marcarse folio, de pisar moqueta, y se puede presumir de tenerlo más de lo que lo tienen otras mujeres: de poseer un dominio completo de sus gustos, habilidades, pánicos, fijaciones obsesivas, vicios ocultos, costumbres alimenticias, modos de bostezar, faltas de educación habituales tipo pedorretas, regüeldos y cochinadas domésticas de distinto sentido.

Que los ricos también tienen, no te pienses.

Tenerlo es también la posibilidad de vestirlo, enseñarlo, tranquilizarlo, asustarlo, confortarlo, hundirlo, encargarle que recoja a los niños y que vea qué le pasa al coche.

Tenerlo es también poder meterle el dedo en la nariz, hurgarle y decirle “ tienes un moquín , cariño”. Es ponerle una fragancia de diseño, distinta y distinguida. Tenerlo puede ser tenerlo como un niño con una bata y un imperdible enorme con el nombre de él en una cartela .

Se puede tener para llevarle al pueblo y que sepan que él está allí, en mi pueblo, y que ama mi pueblo, mi gente , mi paisaje y mi madre.

A  veces  ese  hombre  le  pega un  susto a  su  mujercita  , que  le  ha  pillado  en un renuncio. Alguien ha  llamado  a  la  puerta de casa y  aparece  con un niño  mulato en brazos...."¡Dios, como sufrí!". Pero  hasta  eso hay  que  perdonar  por  la estabilidad de  la  familia.

Y muchos de estos hombres, no se enteran de su nueva condición.

Casi casi...ninguno.


1 comentario:

  1. Jajajaja a ver... dudo que a día de hoy ninguna mujer de menos de cincuenta años pueda resistir la prueba de dejarse besar la mano sin reírse... Mi madre sí es capaz... Y a mi abuela la llegué a ver incluso sin sonreír siquiera... en mi caso, IMPOSIBLE

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