Para mi la vida , desde bien pequeño, es jugar.
Siempre me ha gustado moldear con la imaginación la posibilidad de recortar un trocito de mundo y manipularlo, sólo o acompañado de amigos, sabiendo que donde no pueda llegar lo puedo inventar.
Por esa razón me gustaba impartir clases. Todo era un juego, cantar, contar historias divertidas, en sintonía con mis alumnos. Ellos siempre me entendieron.
Otra cosas eran los padres y directivos.
Eso no me importaba.
Cualquiera que se haya dedicado a observar a los niños sabe que el juego libre es la verdadera necesidad del niño. Y nunca un niño es más libre que cuando se ríe a carcajadas y nadie le dice " ¡silencio, por favor!"
Todos los aprendizajes más importantes de la vida se hacen jugando en la primera etapa de vida . Y ese ha sido mi terreno durante veinte años.
Mientras los mayores juegan para divertirse los niños juegan para jugar.
Del juego libre los padres sólo tienen que saber lo que sus hijos sólo quieran contar. Y ya está. Por esa razón, en nuestra relación profesor- alumno , no todo se podía contar.
Uno podía decir en un dictado que "el director del colegio, el señor Mengele Guillén , tenía lana en el ombligo" , y no pasaba nada. Ellos sabían que estábamos en territorio Suso.
Con el tiempo , ya fuera de la enseñanza, me di cuenta de que sólo era un profesor que hacía que los críos al llegar a casa tuvieran algo que contar. No es poco.Y esto solo se puede hacer si el niños tiene tiempo de jugar libremente.
Ese debería de ser el material a llevar al colegio al día siguiente para trabajar.
El verbo jugar sólo se puede conjugar con el verbo dejar. No con acompañar cuidar, o vigilar. Cosa que gustaba mucho a ciertos compañeros. Llegabas a una clase llena de niños sin profesor. Uno de ellos estaba en la pizarra apuntando a los que "se portaban mal". La lista era enorme. Tan grande como cabroncete era el chaval.
Era profesores que educaban en la delación a cuerpo descubierto. Y os aseguro que más de uno que de pequeños disfrutaban escribiendo en la pizarra el nombre de un compañero , seguido de una ristra enorme de negativas, ahora son grandes hijos de puta expertos en el chivateo, el peloteo, el acusica, y el soplón.
El juego es placer y no soporta vigilancia y acompañamiento. La autonomía es un camino que se enseña poco a poco y debemos fomentarla para que su juego pueda comenzar a ser menos vigilado y acompañado y pase a ser un juego libre.
El juego de un niño no se puede evaluar, pero si se evaluara habría que darle un 15 sobre 10. No he conocido mejor manera de educar que en esa espontaneidad que da el juego. Es su tarea por excelencia y se ha de aceptar tal cual es, así como se debe de aceptar al niño.
Tanto por lo que haga como por cómo lo haga debe de recibir un halago y nunca una crítica a su juego. Jugando a policías y ladrones es fácil encontrar al tarumba que lo matan a la primera por su mala cabeza, como al pusilámine que no se mueve de su sitio en todo el juego y, cuando este termina, hay que llamarle para encontrarlo.
No sabemos cuánto gana-aprende un niño jugando. Ni tampoco nos debería preocupar ya que simplemente de la experiencia del juego libre el niño adquiere conocimientos. Cada uno se muestra como es. Lo importante es jugar, estar en la pomada.
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